Por qué la protesta contra la represión homófoba funciona
 
Ha pasado casi un año desde que salió a la luz una campaña cuidadosamente orquestada por la policía chechena en la que más de un centenar de hombres fueron secuestrados y detenidos en el espacio de unas pocas semanas. Caracterizada por su extrema brutalidad, la represión en la región causó la muerte de al menos tres hombres y muchos otros fueron torturados bajo custodia.
 
El único “delito” de estos hombres era sospecharse de ellos que eran gays. Las víctimas informaron de que las habían torturado para obligarlas a “descubrir” a otros.
 
La ONG rusa Red LGBT expuso con escalofriantes detalles la terrible deshumanización a la que tuvieron que enfrentarse estos hombres. Fueron sometidos a brutales palizas, electrocución y privación del sueño; los obligaron a dormir en suelos de cemento y los humillaron sistemáticamente.
 
Sin embargo, la persecución homófoba promovida por el Estado no es exclusiva de Chechenia. El último informe anual de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos revela la alarmante magnitud de las detenciones colectivas y la persecución contra personas LGBTI que tuvo lugar el año pasado.
 
Por ejemplo, en Azerbaiyán, 83 personas fueron detenidas en septiembre en una redada policial; a muchas de estas personas las golpearon, les negaron el acceso a abogados y las condenaron a hasta tres semanas de detención administrativa. Los medios de comunicación citaron las palabras de un miembro del gobierno azerbaiyano según las cuales la redada había sido una respuesta a las denuncias de la población local que afirmaban que las personas LGBTI no “respeta[ba]n a quienes las rodea[ba]n”.
 
Al mes siguiente, 51 personas fueron detenidas en Indonesia cuando la policía lanzó una operación contra una sauna en Yakarta, alegando que en ella se estaba celebrando una “fiesta sexual gay”.
 
Y al menos 76 personas fueron detenidas en Egipto por “libertinaje” en virtud de la ley sobre prostitución del país, después de que unos miembros del público ondearan una bandera arcoíris en un concierto celebrado en El Cairo en septiembre. A varios de los hombres detenidos los sometieron a exámenes anales forzados, lo cual viola la prohibición internacional de los tratos crueles, inhumanos o degradantes.
 
Cuando la despenalización de la homosexualidad no basta
 
Más allá de la flagrante persecución de las comunidades LGBTI, estos casos comparten algo más: de los centenares de personas detenidas, ni una sola lo fue en virtud de leyes que prohibían explícitamente la actividad sexual entre personas del mismo sexo. Esto se debe a que en esos países no existen leyes de ese tipo.
 
Rusia, Azerbaiyán y Egipto no se encuentran entre las 72 naciones que penalizan explícitamente las relaciones sexuales entre personas adultas del mismo sexo. Tampoco lo hace la capital de Indonesia, Yakarta. En lugar de eso, la policía y los sistemas de justicia penal utilizan otras leyes para acosar, detener y recluir a personas LGBTI.
 
En Chechenia, la represión brutal se vio facilitada por un clima de homofobia y de impunidad por el acoso policial. La policía puede detener libremente a personas por cargos exagerados, y la falta de indignación de la opinión pública rusa en respuesta a esta ultrajante campaña pudiera ser deudora de las leyes que prohíben en Rusia “la promoción de las relaciones sexuales no tradicionales entre menores de edad”.
 
En otros lugares se están explotando otras leyes igual de vagas o imprecisas.
 
Las personas declaradas culpables en Azerbaiyán lo fueron principalmente sobre la base de denuncias policiales de “resistencia a órdenes legítimas de la policía”.
 
Y es frecuente ver a decenas de personas acusadas de “libertinaje habitual” en Egipto. Esta imprecisa acusación es una de las que la fiscalía suele utilizar contra las personas LGBTI, ya que no está definida en la ley egipcia, y eso significa que, aunque no penaliza específicamente las relaciones sexuales entre personas adultas del mismo sexo, es lo suficientemente vaga como para poder utilizarse con el fin de procesarlas.
 
Prestar a los gobiernos la atención no deseada que merecen
 
¿Qué nos dice entonces todo esto?
 
En primer lugar, demuestra que, aunque se necesita una despenalización explícita, con eso no basta para garantizar la protección completa de los derechos LGBTI, que también son derechos humanos. Si quieren, las autoridades estatales encargadas de hacer cumplir la ley y de otro tipo de cometidos encontrarán distintas formas de acosar y criminalizar a las personas y comunidades LGBTI.
 
Esta táctica no es nueva, pero en 2017 su uso se hizo más generalizado y cada vez más flagrante. Unas leyes imprecisas, aplicadas de manera selectiva, crean un efecto inhibidor en comunidades enteras.
 
Aun así, es alentador ver que, el año pasado, la gente se mostró más dispuesta que nunca a plantar cara a la persecución de las comunidades LGBTI.
 
Incluso en países en los que la homosexualidad es tabú y en los que estas comunidades llevan mucho tiempo siendo blanco de los ataques de la policía, la mayoría de los gobiernos siguen prefiriendo evitar la atención que trae consigo una condena global generalizada.
 
El año pasado, más de 650.000 personas de todo el mundo se unieron a Amnistía Internacional para protestar contra las detenciones en Chechenia. Desde Brasil hasta Ucrania, pasando por Taiwán, los y las activistas firmaron peticiones, protestaron ante embajadas y se alzaron en solidaridad con las personas LGBTI.
 
En lugar de apartar la vista ante estos abusos contra los derechos humanos —como es su respuesta habitual—, la indignación internacional obligó a las autoridades centrales rusas a anunciar al menos un “examen previo” sobre las denuncias relativas a la purga de gays en Chechenia.
Un año después aún no se ha abierto ninguna investigación oficial, lo que subraya la necesidad de mantener la presión sobre las autoridades rusas para que aborden esta cuestión con carácter de urgencia.
 
El mundo está mirando. Nadie debe sufrir acoso, detención u homicidio por ser quien es o amar a quien ama. El año pasado, cientos de miles de personas de todo el mundo demostraron que estaban dispuestas a defender los derechos LGBTI. Si queremos poner fin a esta represión brutal, tenemos que seguir defendiéndolos.

 

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