Raif fue detenido en nuestro país, Arabia Saudí, hace tres años, por haber expresado sus ideas, tras sentarse ante un teclado y crear una página web.
Se trata de una persona que ama la vida y adora la libertad, y por ello lo ha recibido el más duro de los castigos. Desde 2012 permanece recluido, cumpliendo una condena de 10 años de prisión, y le han propinado ya, en público, 50 de los 1.000 latigazos a los que fue condenado, una crueldad inenarrable que va más allá de lo que cualquier persona puede soportar.
Desde que el Tribunal Supremo de Arabia Saudí confirmó su condena, sin posibilidad de apelación, se cierne sobre Raif la amenaza de otras 19 sesiones de flagelación, a pesar de su precario estado de saludo. Todo ello por haber expresado sus opiniones.
Desde que nos casamos, en 2002, compartíamos una vida hermosa, sin preocupaciones y en libertad, hasta que, varios años más tarde, decidió crear la página web Saudi Liberals (Liberales Saudíes).
Desde entonces, he temido por su seguridad, porque sé muy bien que la jerarquía religiosa de Arabia Saudí es poderosa, implacable y caprichosa. Mis temores se hicieron realidad en 2007, cuando los Servicios de Seguridad del Estado citaron oficialmente a Raif por primera vez, y nuestra vida se volvió difícil. Las cosas empeoraron cada vez más tras su detención, en 2012, hasta que el año pasado dictaron la terrible sentencia en su contra.
Muy a mi pesar, no puedo dejar de afirmar que la dura e inhumana sentencia dictada el año pasado contra mi esposo tenía por objeto enviar un mensaje claro a cualquier persona que pueda atreverse a cuestionar a los extremistas religiosos de Arabia Saudí. Fue un golpe del que aún no me he recuperado, y se ha convertido en un profundo infierno de insufrible tortura.
Raif lo fue siempre todo para mí y para nuestros hijos. Es el padre de tres ángeles, y un excelente esposo, y nunca podré describir cuánto lo echamos de menos. Desde que lo encarcelaron, lo hemos perdido casi todo.
El primer día de Raif en prisión, decidí que tenía dos opciones: o ser débil, rendirme y sentarme a llorar en un rincón, o mantenerme fuerte y luchar por la libertad de Raif. Soy una de esas personas que tiene siempre grandes esperanzas, a pesar de los obstáculos.
He pasado por momentos difíciles, pero mis primeros días en Canadá fueron aún más duros: un nuevo idioma, personas nuevas y una vida nueva. Tuve que sobrellevar todo eso, además de mis pensamientos sobre la enorme distancia que me separaba de Raif y la imposibilidad de volver a Arabia Saudí. Sin embargo, en Quebec he encontrado personas íntegras que me han hecho lamentar no haberme trasladado aquí, junto con Raif, hace mucho tiempo.
Mi vida en Canadá podría describirse como una vida maravillosa y perfecta; y es que el trato que estamos recibiendo del pueblo quebequés es inmejorable. Tanto el gobierno como la oposición de Quebec nos han apoyado mucho. Son todos extraordinarios. Lo único que me falta es tener a Raif con nosotros.
Fuera de Canadá, en todo el mundo la gente nos ha apoyado a Raif y a mí, gracias sobre todo a las iniciativas de activistas de Amnistía Internacional, que han organizado todas las actividades de campaña posibles para ayudarnos. No bastarían todas las palabras del mundo para expresar mi agradecimiento por sus esfuerzos para liberar a Raif. Hace poco, organizaron una fantástica gira gracias a la cual pude llevar mi mensaje a varios países europeos, donde me reuní con líderes políticos, que me trataron como si fuera una personalidad política o diplomática. Ese trato, de por sí, me infundió optimismo y una gran esperanza. Todo el mundo está poniendo de su parte, y espero que sus esfuerzos den fruto algún día.
He rogado, y reitero mi ruego, a su majestad el rey Salman, gobernante de Arabia Saudí, que indulte a Raif y suspenda los latigazos. Aunque no he recibido respuesta, sigo siendo optimista, y mis ruegos continuarán hasta el último minuto.