Por Neil Sammonds, investigador de Amnistía Internacional sobre Siria, desde la frontera turco-siriaLa carretera que va hacia el sur desde la ciudad meridional turca de Hatay asciende abruptamente a través de verdes tierras de cultivo. Al llegar a la pequeña aldea fronteriza de Guvecci salgo del automóvil e inmediatamente veo decenas de hombres esperando sentados al borde de la carretera o arremolinados en torno a las casas de piedra.Todos son sirios. Sólo unos pocos quieren dar su nombre completo, y algunos no dicen cuál es su pueblo. Han cruzado clandestinamente la frontera para poder conseguir alimentos y llevarlos a sus familiares, que acampan del lado sirio en tiendas y bajo los árboles.Es imposible verificar cuántos son exactamente, pero la cifra que se maneja es de unos 10.000 en unos kilómetros de frontera.Muchos de ellos se fueron hace una semana, tras los homicidios perpetrados en la localidad de Jisr al Shughur durante el fin de semana del 3 al 5 de junio.Ahmed, de 22 años, dice que él y su familia fueron de los últimos que abandonaron su pueblo, situado a pocos kilómetros de Jisr al Shughur, donde permanecieron para vigilar sus casas hasta que ayer se encaminaron hacia la frontera.Un joven con un suéter rosado dice que 400 habitantes del pueblo de Shughur Kasmiyah llevan una semana en las colinas.Cuenta que los shabiha -milicianos apoyados por el régimen- envenenaron el agua, y otro joven añade que varias personas de la zona murieron a causa de ello.Todos los sirios con los que hablé en Guvecci coincidían en que el agua había sido envenenada y que ellos no habían bebido.¿Cómo lo sabían? Antes de llegar a Turquía, un hombre natural de Jisr al-Shughur radicado en Reino Unido me había dicho que unos pocos miembros de las fuerzas de seguridad sirias, descontentos con lo que estaba sucediendo, habían informado a los habitantes de la zona que podían morir si bebían el agua.Las líneas de telefonía móvil de la zona de Jisr al Shughur llevaban varios días cortadas, según me dijo el hombre vestido de rosa.Un joven alto me dice que es del pueblo de Al Sarmaniyah, a unos 10 km al sur de Jisr al Shughur, donde el ejército entró el 10 de junio con "cientos" de hombres en tanques y vehículos blindados."Bombardearon y ametrallaron el pueblo", cuenta."Dispararon a mi amigo Rafit Deeb, y cuando alguno de nosotros intentaba ir a salvarlo, nos disparaban. Veíamos que estaba vivo y respiraba cada vez peor. Cinco horas después, el ejército se fue, pero para entonces Rafit ya había muerto. Tenía 22 años"."No sólo bombardearon las casas y dispararon a la gente, sino que también quemaron las cosechas y las semillas y ametrallaron a las vacas. Los tanques atravesaron los huertos, destruyendo cientos de olivos y almendros.""Son peores que los sionistas", afirma, comparando estos abusos con los que vio cometer a las autoridades israelíes.Ward Khalifeh, de 21 años, también es de Al Sarmaniyah, pero trabaja en Líbano."Hace unos cinco días, llamé a casa, pero no respondían. Vine al pueblo y lo encontré totalmente desierto."Ninguno de los acampados junto a la frontera sabe lo que le ha ocurrido a los nueve miembros de su familia.Unas 15 personas que me rodean, de las poblaciones de Bdama, Al Zaeyniyah, Bataybat, Al Kafir, Sheykh Sendayan y Al Kastun, todas en los alrededores de Jisr al Shughur, dicen que lo mismo ha ocurrido en sus localidades.Una persona afirma que solo se han quedado algunos ancianos."Ahora son ciudades fantasma, en las que solo puede haber soldados", dice Ward Khalifeh.Se produce un alboroto con la llegada del pan. Algunos hombres y muchachos se marchan andando con bolsas de plástico de pan árabe.Unos pocos ancianos ojerosos me invitan a compartir el pan con ellos. Declino respetuosamente la invitación y me subo al tejado de una de las casas, desde donde miro hacia Siria.A unos cientos de metros más allá de los olivos jóvenes y de la alambrada de la frontera, se ven unas decenas de tiendas y varios vehículos. Luego, los bosques, que se prolongan más allá de la colina, en los que se dice que hay miles de sirios desplazados viviendo a la intemperie, durmiendo en el suelo bajo los árboles, algunos bajo toldillos improvisados.El cielo está nublado y borrascoso. En ocasiones llueve ligeramente. Siento el sol quemándome la piel. No es de extrañar que estas personas sean fuertes.Escribo estas notas por la noche en la habitación del hotel. Hace horas que diluvia y truena.
Escuche la última entrevista con Neil Sammonds sobre la situación en la frontera