Qué siente una persona que pasa hambre día tras día? ¿Qué siente cuando no hay comida ni medicinas que dar a unos hijos enfermos? ¿Cuando hay que usar agua contaminada para la comida? ¿Qué siente al pasar noches interminables bajo las bombas, aterrorizada por la vida de su familia y la suya propia? ¿Cómo se siente al ver arder su casa y ver desaparecer su querida ciudad bajo un cúmulo infinito de escombros? No puedo evitar hacerme todas estas preguntas a diario, cuando hablo con la población atrapada en región siria de la Guta oriental.
Allí, ahora mismo, la realidad es ésa. La Guta oriental es una zona de la gobernación de Damasco Rural, de unos 100 kilómetros cuadrados, cuyos 400.000 habitantes llevan desde finales de 2012 bajo el asedio de las tropas gubernamentales, soportando la acuciante carestía de alimentos, agua, medicinas y otros artículos básicos. Es más, la situación de la zona se deterioró en noviembre de 2017, cuando el gobierno sirio, respaldado por Rusia, reforzó el asedio e intensificó los bombardeos, atacando deliberadamente infraestructuras civiles, como hospitales y mercados.
Y el bombardeo ha continuado a diario pese a la indignación internacional y a la aprobación, el 24 de febrero, de la Resolución 2401 del Consejo de Seguridad, que exigía el cese de hostilidades en Siria durante un periodo de 30 días para poder entregar ayuda humanitaria. De hecho, el convoy de ayuda humanitaria de la ONU que entró el 5 de marzo en la Guta oriental —por primera vez desde noviembre— se vio obligado a salir de la región sin haber entregado todo su cargamento.
Han sido siete años de atrocidades en Siria. Siete años de muerte, destrucción, terror y dolor en Alepo, Homs, Deir Ezzor, Raqqa, Idlib, Afrín y otras muchas ciudades, pueblos y casas. Durante seis de esos siete años, la población civil de la Guta oriental ha vivido un asedio ilegal, pero ha sobrevivido.
Es una lección de humildad, y un ejemplo, hablar con la gente de la Guta oriental, atrapada, hambrienta, exhausta y furiosa, pero valiente y decidida a luchar con uñas y dientes por la vida. La región se ha convertido en sinónimo de muerte, pero también de resistencia: la de una población que pelea por sobrevivir. Si su tragedia debe avergonzar al mundo, su fuerza y su entereza deben impulsarnos a actuar.
En este séptimo año de la crisis siria, hay que ir más allá de las esperanzas, los buenos deseos y las oraciones. Hoy, recordamos y reivindicamos, pero también actuamos por la Guta oriental, donde la muerte ha segado ya más de 420 vidas, y continúa haciéndolo. Debemos seguir exigiendo a los presidentes sirio y ruso —Bachar al Asad y Vladimir Putin— que pongan fin a los ataques contra la población civil y que levanten de inmediato el sitio de la Guta oriental. Suma tu voz a la nuestra.
La población de la Guta oriental sigue luchando por salvar la vida. Nosotros y nosotras seguimos luchando para que se salve.
Debido a la malnutrición, las madres en periodo de lactancia no pueden dar el pecho a sus bebés porque su alimentación se reduce prácticamente a cebada, como la que se utiliza para hacer pan. Activista de la Guta oriental
La Guta carece de alimentos básicos, agua potable, electricidad, gas para cocinar y combustible. La malnutrición y la enfermedad se propagan entre adultos y niños por igual. Doctora de la Guta oriental
Los hospitales y los centros médicos sufren reiterados ataques. Mi hospital ha sufrido tres ataques. Atacan incluso a las ambulancias. No tenemos más remedio que trabajar la mayoría del tiempo bajo tierra y sin la higiene necesaria. Pero hacemos todo lo posible por atender a los enfermos y los heridos. Doctora de la Guta oriental