Tendría 29 años, sería enfermero, un chico que ayude a su mamá, su suerte sería diferente a la de sus amigos o primos, que se quedaron en la chacra, que no terminaron el colegio. “Pero me lo mataron en el Baguazo”, dice Orfidia Mashingtash. En el 2009, tenía 19 años, era un estudiante awajún de la comunidad nativa de La Curva, Davis Jaucito Mashingtash. Una foto ampliada cuelga en la casa de la madre. Han pasado 10 años, repite ella y parece que fue reciente. ¿Después de una década qué ha  cambiado?

Amnistía Internacional llegó a La Curva del Diablo, renombrada como Curva de la Esperanza, para acompañar a los familiares de las víctimas y conocer cuál es su situación a una década de la tragedia que cobró la vida de 33 personas, entre civiles y policías. A dos horas de esa carretera, a diez minutos de Chiriaco, en la comunidad nativa La Curva, encontramos a Orfidia Mashingtash, una mujer anciana que pasa las tardes cortando yuca con su machete y recordando al hijo que perdió en el conflicto.

En Amazonas, donde ocurrió el Baguazo, vive población indígena awajún y wampis. Las comunidades que habitan la zona, se dedican a  la agricultura: cultivo de yuca, maíz, frijol, plátano, cacao, café. Históricamente, los pueblos indígenas han resguardado los territorios, preservaron sus idiomas y sus costumbres.  “Para qué nos vienen a ofrecer concesiones, no las queremos”, dice el Apu de la comunidad La Curva, José Walter Cuñachi.

Orfidia cuenta que su familia no recibió ni justicia ni reparación, después de la muerte de su hijo. Hasta su casa llegaron misioneros y organizaciones no-gubernamentales que solo le ofrecieron una moto taxi para su esposo. “Siento como madre un pesar, estaba educando a mi hijo. Lo matriculé en un instituto pensando que se iba a superar. Estaba estudiando, y yo estaba alegre. Criaba gallinas, vendía cositas, así lo mantenía”, dice en awajún.

Siento como madre un pesar, estaba educando a mi hijo. Lo matriculé en un instituto pensando que se iba a superar. Estaba estudiando, y yo estaba alegre. Criaba gallinas, vendía cositas, así lo mantenía. Orfidia Mashingtash, madre de Davis Jaucito Mashingtash. / Fotografía: Morgana Vargas Llosa

El 5 de junio del 2009, Davis decidió apoyar a sus primos, vecinos, que se movilizaron hasta Bagua para bloquear la carretera en la protesta. “Cuando la comunidad decide, el awajún obedece”, nos cuenta Luisa Teets, lideresa indígena de Chiriaco. Y así lo hizo él.

La muerte la encontró en la Curva del Diablo, solo  le dijeron eso a Orfidia, sin más explicaciones. La noticia conmocionó a la comunidad entera. Su tío, José Walter Cuñachi, Apu de la comunidad La Curva, lo recuerda: “Era un joven con talento. La esperanza para su mamá anciana. Ella creía que él iba ayudar, le iba corresponder y ahora ella se siente muy sola”.

“Lo hemos enterrado en la comunidad, hemos hecho una ceremonia para él”, cuenta el tío. En la casa de Orfidia está colgada una gigantografía con las fotos de todos los awajún caídos: su hijo Davis Jaucito Mashingtash (19), Romel Tenazoa Sanchez (27), Felipe Savio Cesar, Genaro Chijiap Chamic (31), Jesus Carlos Timias Juwan (19).

 

En la casa de cada fallecido se encuentra esta imagen para recordar a sus hermanos. El olvido sería más doloroso que la pérdida.

Orfidia vende sacos de yuca a los compradores que llegan a su comunidad y esa plata la usa para educar a su segundo hijo. Una tortuga, dos perros traviesos y cuyes la acompañan. Cuando se sienta a descansar mira la foto de Davis. Prepara plátano sancochado y masato, la bebida tradicional. El bosque lo es todo para ella. “Es la medicina, nuestro mercado, qué haríamos si nos falta”, afirma Luisa, la lideresa de la comunidad.  

La familia de Orfidia enfrenta nuevos problemas, como la peste, que atacó a los animales a inicios de año, también, la cosecha de cacao se ha perdido y los plátanos que antes eran rebosantes, se secan. Eso, último, sobre todo lo atribuye al derrame de petróleo del 2016 que afecto la zona. El Baguazo le quitó un hijo, el petróleo, los alimentos.

A una década de conflicto que remeció el país, la depredación de la Amazonía ha ingresado de otras formas. Una de ellas, es la papaya. “Están llegando  de Cajamarca, nos alquilan las tierras y siembran árboles frutales. Fumigan, usan químicos, y la tierra se vuelve pobre. El awajún no hace eso, el awajún conoce el bosque, lo cuida”, declara Máximo Puitsa, Apu de la comunidad de Nazareth.

Los awajún están cansados de tener problemas con su producción. “Acá vivimos cultivando aunque nos compren barato la yuca. Aunque 80 kilos nos paguen 30 soles o 20 soles. Ahora vivo de mi chacra así trabajando, todos los días” dice Magna Tees. La situación después de diez años, no ha mejorado, nos dice.

Gerson Danducho Aquintuy, del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) en Bagua,  dice que en este tiempo pocas cosas han cambiado en la zona. Al inicio llegó el Estado, el país entero le puso atención a la región Amazonas y en las portadas de los diarios Limeños aparecían los wampis y awajún con lanzas. Nunca Lima había mirado con tanta curiosidad e intriga a la Amazonía. “Luego se olvidaron”, dice.

“Ahora los awajún conocen sus derechos, conocen sobre la consulta previa y saben que deben ser consultados, que pueden demandar al Estado”, recalca Gerson Danducho. “Los Apus, se documentan un poco más, preguntan a las organizaciones. Saben claramente, que hace 10 años, no se respetó el derecho a la consulta ni la autodeterminación como se establecía en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)”, afirma.

Están llegando de Cajamarca, nos alquilan las tierras y siembran árboles frutales. Fumigan, usan químicos, y la tierra se vuelve pobre. El awajún no hace eso, el awajún conoce el bosque, lo cuida. Máximo Puitsa, Apu de la comunidad de Nazareth.

“Lo que temíamos, pasó años después. Cuando ocurrió el Baguazo, la gente reclamaba porque no quería que sus tierras se contaminen y el 2016 ocurrió el derrame en Chiriaco”, afirma Gerson. Ese año, se derramó petróleo del Oleoducto de PetroPerú y ha afectado a varias comunidades, entre ellas la comunidad de La Curva. Pero la atención en salud en la zona no es prioridad. En Chiriaco, que está cerca de La Curva, hay una posta que los comuneros dicen solo tiene medicamentos básicos. Al punto que al encargado de la posta, los awajún le han puesto “doctor paracetamol”.

“Conmemorar el Baguazo  es reafirmar la lucha por la Amazonía”, dice Luisa Teets. El 5 de junio es una fecha importante para los awajun y wampis. En Bagua, la Organización Regional de Pueblos Indígenas de la Amazonía Norte del Perú (ORPIAN), que agrupa a comunidades indígenas del Norte de Amazonas, el Vicariato Apostólico San Francisco Javier y otras instituciones, realizaron una actividad protocolar y una liturgia. “Debemos buscar la reconciliación en base a la defensa de derechos”, dijo Santiago Manuin, dirigente awajún en su discurso.  

Fotografía: Daniel Martínez-Quintanilla / Amnistía Internacional

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